jueves, 20 de mayo de 2010

Estas conmigo pero no estás aquí

Desaparecidos,
verdad que duele, dolor que punza,
sangre derramada de norte a sur.
Quien lo niega, padece cruel ceguera,
inconsciencia e infamia.
Sueños mutilados, derecho negado,
aire contaminado,
enigma no descifrado.
Consuelo no hallado, palabra tardía,
traición pestilente,
oración irreverente,
cansancio solemne, error primario.
Duda en el andén, cita con el terror, ofensa enunciada,
martirio ya configurado.
En la cripta aguarda el que no teme,
desolación asegurada por el gerente nocturno.
Indolencia permanente, dato no revelado, delito oculto,
el cobarde asesino queda impune.
Nadie paga, Nadie asume.
Laurencia 19


Eran las 7:30 de la mañana de un domingo asoleado cuando sonó el teléfono en la casa de Yisel ¿Quién podría ser? ¿Acaso un amigo impertinente que tuvo la osadía de marcar a esa hora? Quién más que uno de los tantos periodistas que constantemente llaman a las Madres de la Candelaria para que les cuenten la historia de sus hijos desaparecidos. Esta vez el turno era para mí, una estudiante de Periodismo, interesada en contribuir a la memoria del país por medio de un escrito que refleje la historia de una de estas mujeres, víctimas del conflicto armado.

María Yisel Ruíz vive en San Blas, uno de los barrios populares del Nororiente de Medellín. Su casa está situada en una esquina que le permite observar la calle desde dos ángulos diferentes, pues en el segundo piso, donde vive, hay un balcón en forma de “L”, que le permite tener una visión panorámica de la estructura física del sector.

Esta mujer deriva su sustento económico del arriendo que recibe por el alquiler de dos de las cuatro habitaciones de su casa. Yisel nació un día antes de llegada de los Reyes Magos, en el año de 1953 Ahora, tiene su propio negocio, un pequeño almacén que no le aporta ingresos sino que le genera egresos, porque está ubicado en un lugar al que nadie entraría ni por curiosidad (Centro Comercial Bolívar-Prado, en el segundo piso). Guarda la esperanza de que todo mejore y la Alcaldía le regale el local por el que paga un arriendo de 18.000 pesos mensuales, libre de energía.

Yisel es una mujer de contextura gruesa, cabello negro, largo y mirada esquiva. Mantiene una sonrisa que ilumina su rostro cada vez que emite una palabra. Se casó a los 15 años y lo hizo con un hombre que le duplicaba la edad. De este matrimonio, nacieron dos hombres y una mujer y, dado a la vida que le brindaba su esposo, decidió abandonarlo y retornar al hogar de su madre, quien la acogió hasta que, de nuevo, decidió alejarse para convivir con Rodrigo, su actual pareja sentimental, con la que lleva más de un cuarto de siglo y de cuya unión nació una niña.

Los dos hijos hombres de Yisel no la acompañan en este momento de su vida. El primero murió por enfermedad cuando apenas era aun muy niño y; el segundo, que nació el 7 de febrero de 1977, Óscar Alberto, es uno de los tantos colombianos desaparecidos, de quien su madre habla con el amor único que solo ellas tienen.

En medio de sus palabras deja claro que Óscar fue un niño travieso, al que nunca le gustó estudiar, pero a pesar de ello terminó su bachillerato y prestó servicio militar durante un año en Quibdó (Chocó), en el Batallón Manosalva Flórez.

A su regreso a casa y luego de llevar un largo periodo sin conseguir trabajo, decidió hacer un curso de vigilante y otro de escolta, ambos sufragados por su madre. Sin embargo, no logró su objetivo de trabajar e, incentivado por un amigo, decidió viajar a Bogotá, en busca de esa oportunidad laboral que en Medellín le fue negada.

Óscar emprendió su viaje en el año 2003, en junio y, cuando estaba en Guaduas (Cundinamarca) llamó a su madre para informarle cómo iba el viaje, llamada que hace siete años no se ha vuelto a repetir.

Luego de un año de profunda tristeza, Yisel salió al Centro de Medellín y se encontró en su recorrido a un grupo de mujeres que se reúnen en la Iglesia de la Candelaria con afiches en los que se plasman los rostros de hombres y mujeres desaparecidos.

Allí, preguntó cómo funcionaba ese movimiento y la remitieron con Teresita Gaviria, la Presidenta de la Asociación Caminos de Esperanza Madres de La Candelaria.

Una vez hecho el contacto con Teresita, decidió unirse al grupo y emprender un nuevo camino en su vida que la alejara del pensamiento constante sobre la desaparición de Óscar. Por medio de Las Madres de la Candelaria ha tenido la oportunidad de estudiar y ver la vida desde un enfoque diferente al que tenía antes. En el grupo ha encontrado apoyo moral y psicológico.

A lo largo de los seis años que lleva con ellas, ha participado como estudiante activa en cursos de liderazgo, biodanza y concentración mental, entre otros. lo cual le ha dado, como ella lo manifiesta, la posibilidad de aprender lo que no hizo cuando su hijo Óscar estaba a su lado, pues con él sentía que no necesitaba estudiar ni aprender más de lo que ya sabía, porque era la felicidad que le absorbía toda su existencia.

Esta madre que nunca olvidará a su hijo desaparecido, cree que las personas que se lo robaron fueron los paramilitares; sin embargo, aclara que no tiene odio en su corazón.

Debido a las diferentes actividades que organizan Las Madres de la Candelaria, tuvo la oportunidad de hablar con uno de ellos y dice haberse dado cuenta que éstos también son victimas de la violencia, porque el hombre con quien habló le contó que ingresó a ese grupo con el fin de encontrar a un hermano que le habían secuestrado. Por tanto, no alimenta odio contra nadie, porque no sabe con exactitud quién se llevó a Óscar.

El domingo asoleado en el que los rayos de luz caían sobre los cuerpos de miles de personas, justo ese día, en el que mi llamada impertinente levantó a Yisel de la cama, ella había soñado con su hijo.

Fue un momento de felicidad porque él le sonreía mientras lo acariciaba. No obstante, el dolor llegó de nuevo a su pecho cuando el sueño se desvaneció y la realidad se asentó en su diario vivir. En ese instante, las lágrimas no se hicieron esperar y su rostro, que diario sonríe, se vio turbado por la impotencia de no saber absolutamente nada de su hijo.

Esos sueños los ve como un alivio porque le demuestran que su Óscar donde quiera que esté se encuentra bien y desea que su madre también lo esté. Por eso, Yisel no desfallece. Para ella, es sumamente importante la comunicación que tiene con su hijo por medio de los sueños, a través de los cuales recibe ánimos. Además, porque se le presentan en fechas especiales, como en noviembre, una de las que más recuerda, pues es el mes de las Ánimas

Yisel dice con la voz entrecortada que siente que su hijo no está vivo. Espera que por lo menos se le diga la verdad de lo que sucedió con este joven, que a sus 26 años de vida desapareció sin dejar una mínima huella que conduzca a su ubicación. Nunca se supo nada del amigo que le ofreció una posibilidad de conseguir trabajo en Bogotá. Yisel no sabía quiénes eran los amigos que Óscar tenía fuera de la ciudad y ni siquiera conoció el nombre de éste antes de que su hijo viajara en busca de un futuro mejor, tanto para él como para los suyos.

Dentro de un mes se cumplirá otro año más de la desaparición de un hombre que, al igual que otros, han perdido la posibilidad de compartir con sus seres queridos cada amanecer, cada atardecer y cada anochecer de un día que puede traer consigo alegrías o tristezas, pero de un día propio y no ajeno, de un día libre y no de uno coartado. Será un año más de tristeza para esta madre y para otras tantas que ven truncados sus sueños, anhelos y esperanzas a causa del conflicto que, a diario, sufre el país.

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