Las 3:30 de la tarde, un día atravesado por los resplandecientes rayos del sol, personas de todas las edades subiendo y bajando las calles congestionadas de la ciudad y en uno de los tantos semáforos de la misma un hombre de aproximadamente 60 años esperando que la luz roja cambie a verde para poder cruzar y seguir su ruta; pero esta espera se ve interrumpida por un hombre de piel negra, quien con un puñal en mano le dice a este señor que le entregue el celular; en ese momento el espacio que estaba congestionado por muchas personas que esperaban para cruzar la calle queda automáticamente vacío; todos miran y esperan qué va a pasar, pero nadie reacciona para evitar un atraco o quizá una posible muerte.
El hombre mayor se niega a entregar su celular y ahora el puñal era llevado por la mano de aquel negro al corazón de la víctima, la cual no se dejó persuadir y con un estrujón decide no dejarse robar sin importarle las consecuencias.
De entre la multitud se escucha una voz “Y dónde están pues las convivir”. El negro sale corriendo sin haber logrado su objetivo inicial y el hombre que no fue atracado emprende una carrera detrás de éste.
El semáforo cambia y todo sigue como si nada hubiera pasado. Lo paradójico es que a unos 30 pasos de aquel lugar se encontraba un policía con un pie contra la pared, una de sus manos en el bolsillo y con la otra sintonizaba en su radio una emisora que posiblemente cumpliera con sus expectativas auditivas en ese momento; pues sus oídos depositaban los audífonos que le impedían resolver la situación que a unos pocos pasos de él estaba ocurriendo.
El hombre mayor se niega a entregar su celular y ahora el puñal era llevado por la mano de aquel negro al corazón de la víctima, la cual no se dejó persuadir y con un estrujón decide no dejarse robar sin importarle las consecuencias.
De entre la multitud se escucha una voz “Y dónde están pues las convivir”. El negro sale corriendo sin haber logrado su objetivo inicial y el hombre que no fue atracado emprende una carrera detrás de éste.
El semáforo cambia y todo sigue como si nada hubiera pasado. Lo paradójico es que a unos 30 pasos de aquel lugar se encontraba un policía con un pie contra la pared, una de sus manos en el bolsillo y con la otra sintonizaba en su radio una emisora que posiblemente cumpliera con sus expectativas auditivas en ese momento; pues sus oídos depositaban los audífonos que le impedían resolver la situación que a unos pocos pasos de él estaba ocurriendo.
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